Postales de Leningrado es una película compleja y audaz para el promedio del cine nacional. Ambientada en los años sesenta, relata la historia de unos personajes inmersos en el mundo de la guerrilla, la lucha por sus ideales y el amor, por supuesto, el que le da la vida a una de las niñas protagonista y narradora de esta historia, cuyo personaje está basado nada menos que en la propia directora de la cinta. Y es que esta película es un tanto autobiográfica, pues muestra una serie de anécdotas reales de la familia de Rondón, de sus padres, quienes fueron guerrilleros. Hay además un documental salido de la misma filmación de la película, llamado Hijos de la Guerrilla, que relata las vivencias de muchos de los participantes de esta cinta, los cuales son como Mariana, hijos de guerrilleros.
Desestructurada y anecdótica, contada desde la imaginería de los primeros años y con una serie de efectos especiales nunca antes vistos en el cine venezolano, Postales de Leningrado no es una cinta para espectadores cotuferos, los cuales ciertamente no abundan en una sala donde se exhiba una película venezolana.
La primera película de Mariana, A la media Noche y Media, de 1999, no tuvo garantía de distribución en las salas nacionales y apenas pudo verse en la cartelera venezolana, a pesar de haber contado con una buena promoción en medios y además traer un sinfín de premios internacionales debajo del brazo. Ahora, gracias a la Ley de Cinematografía, Postales de Leningrado tiene garantizado su estreno a nivel nacional y un mínimo obligatorio de dos semanas en cartelera. Lo demás depende del público, ese en el que Mariana pone sus esperanzas y expectativas, pues cree en el espectador pensante, al que le gustan las historias interesantes y no sólo los divertimentos para pasar el rato.
Mariana Rondón es una mujer afable pero bien centrada en lo que hace. Juega con sus manos siempre haciendo algún movimiento de rotación, no usa maquillaje y sonríe con picardía. En su oficina de Estrella Films Producciones, hay estrellitas brillante y de colores por todas partes. Es como una niña. Pero en realidad es una mujer que se toma muy en serio su trabajo, y es además una artista en todo el sentido de la palabra. No sólo es cineasta, también es artista plástico y escritora. Dice que si quisiera conseguir taquilla con esta cinta, la habría titulado Postales Sangrientas, pero su interés es contar una historia, una estructura, transmitir unas sensaciones, mostrar unos personajes y una atmósfera de una época y unas circunstancias muy particulares dentro de su propia historia familiar. Cree que un artista no debe limitarse en nada, que las limitaciones en todo caso se las ponen los espectadores, pero como cineasta ella comenta: "En el arte, la libertad ante todo". No le interesan las lecturas ideológicas que su película pueda despertar por tocar el tema de las guerrillas, pero pide que se respete desde dónde la está haciendo, desde su propio anecdotario familiar. Como un álbum familiar de fotos, viejo y raído, esta cinta está llena de postales no muy alegres pero esperanzadoras.
Perteneciente a la primera generación de estudiantes de la famosa Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, en Cuba, a finales de los 80', su experiencia en esta institución fue más bien un aprendizaje de vida. Sus profesores fueron nada menos que Francis Ford Coppolla y George Lucas, entre otros cineastas mundialmente reconocidos. Pero no hay que dejarse deslumbrar por estos grandes nombres, no se trata de Harvard o Yale, es Cuba. La playa, el calor, el son, la camaradería y la informalidad estaban a la orden del día. Sus clases podían ser en horarios de madrugada, en cualquier momento en que al profesor se le antojara. La convivencia con seres de distantes latitudes además del intercambio con los propios cubanos, a pesar de la lejanía y el aislamiento de la escuela con respecto a La Habana, marcaron el devenir poético de esta cineasta. Porque la poesía es una de las cosas que más le importa en la vida. Tanto así que Mariana Rondón es una artista plástico, especializada en una forma de arte aparentemente incompatible con la definición misma de arte: la robótica. Mariana construye instalaciones basadas en piezas de ingeniería robótica, con diferentes grados de libertad, es decir con distintos alcances de movimiento. También crea burbujas de jabón en las que proyecta imágenes. Está casada con la tecnología y aún más, es capaz de encontrarle poesía y magia a la ingeniería, ciencia de la que no separa sus orígenes mágicos en la alquimia, aquella que podía transformar los objetos en otra cosa y mover las fuerzas de la naturaleza. Por eso utilizó efectos especiales que no existen en nuestro país, para su película. Investigó durante un año y se fue a Argentina donde encontró gente que experimentó e inventó con su cinta. El resultado: un niño manejando una bicicleta a través de una postal que cobra vida.
En Postales de Leningrado hay hombres ranas, señoritas mayonesas, unas ratas en Sears y unos pescaditos de semillas de naranja. ¿Tiene sentido? Ninguno, para la mente de un adulto, pero para la de un niño, así se explica el mundo cuando los padres se van al monte con un fal. Mariana Rondón dice que los 60' era una época con imaginación y audacia y eso quizo reflejarlo en su largometraje, donde incluye la interesante anécdota, un tanto modificada, de una tía ganadora de un concurso para televisión, quien a través de su programa, pasaba mensajes cifrados a la audiencia sobre los movimientos de los grupos alzados. Hay que ser imaginativo y audaz para captar los mensajes que traen estas Postales de Leningrado.
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