martes, 25 de septiembre de 2007

Cuando Fidel tomó a Caracas

Viernes 23 de enero de 1959.
Temprano en la mañana existe un inusual movimiento en el aeropuerto de Columbia —Ciudad Libertad. El motivo: una embajada revolucionaria encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro parte rumbo a Venezuela.

Es el primer viaje de Fidel al exterior. Su visita constituye un sentimiento de gratitud a la ayuda moral y material brindada por los venezolanos a la causa de la libertad cubana y de reciprocidad para todas las instituciones que lo han invitado celebrar el primer aniversario de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez.

En la pista dos aviones: un Britannia de la Compañía Cubana de Aviación y un Superconstellation de Aeropostal Venezolana. A la terminal aérea han arribado más pasajeros que asientos en conjunto tienen las dos naves. Nadie quiere perderse la histórica visita. Fidel ordena que incorporen una aeronave de la fuerza aérea. El capitán Enrique Jiménez Moya nos entrega a los periodistas el pase a bordo. Jiménez Moya, dominicano, 47 años. Llegó a la Sierra Maestra el 7 de diciembre de 1958 procedente de Venezuela. La nave aterrizó en Cienaguilla. Igualmente arribaron Manuel Urrutia, Luis Bush, Luis Orlando Rodríguez y Willy Figueroa.
El avión un C-46 piloteado por José R. Segredo transportó una importante ayuda en armamento y pertrechos para el Ejército Rebelde enviados por el contralmirante Wolfgang Larrazábal.
A su vez el teniente de navío Carlos Alberto Taylhardt jefe del apostadero naval de la Guaira mandó a Fidel, en reconocimiento a su hombría y valor, un rifle FAL de regalo.
Jiménez Moya es portador de un mensaje para el jefe guerrillero, de la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela que lo nombra como su representante en la misión de foguear en la lucha guerrillera a un grupo de jóvenes dominicanos que deberían llegar a la Sierra Maestra.
Participó en el combate de Maffo donde la esquirla de una granada de mortero le atravesó un riñón. Es operado sobre el banco de un parque. Terminó la guerra con grados de capitán.
El 14 de junio de 1959, en unión de otros patriotas, marchó a su patria al frente de los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo con el objetivo de derrocar al dictador Rafael Leónidas Trujillo. A los pocos días de desembarcar por Constanza pierde la vida combatiendo contra el ejército.
Fidel y su comitiva: Celia Sánchez, Pedro Miret, Paco Cabrera, Violeta Casals, Luis Orlando Rodríguez y otros compañeros, realizan la travesía en la nave de matricula venezolana. Al frente de la tripulación va el capitán Julio Araque.
El aparato enfila rumbo a Gran Caimán, bordeando posteriormente la costa de Colombia hasta arribar a Caracas. No es la ruta habitual pero se ha desviado por motivos de seguridad.
Trujillistas y batistianos refugiados en dominicana no cesan de lanzar amenazas contra la revolución triunfante. Los pilotos toman las medidas adecuadas para evitar cualquier tipo de provocación.
Fidel apenas se mantiene en su asiento. Se levanta y camina de uno a otro extremo del pasillo. Habla, pregunta, comenta.
—Pedí que suspendieran la transmisión televisada de los juicios a los criminales de guerra. Es un espectáculo desagradable. Hiere la sensibilidad pública.
El ruido de los motores ejerce su efecto en algunos de los viajeros que se dejan vencer por el sueño. Los únicos que no se dejan ganar por el cansancio son los bravos combatientes de la Sierra Maestra que conversan y bromean animadamente, amontonándose junto a las ventanillas para contemplar el horizonte.
Así van pasando las horas. Cuando se divisa la silueta maciza de la cordillera andina, Fidel se sitúa en la cabina de mando junto al capitán Araque. Es mediodía y ante sus ojos aparece resplandeciente la capital venezolana y el Jefe de la Revolución cubana, exclama:
—¡Ah! Si La Habana hubiera estado rodeada de esas montañas la guerra no hubiera durado tanto tiempo.
Le interrumpe el radio operador para entregarle un mensaje enviado por la tripulación de un avión de Aeropostal, vuelo numero 254 dándole la bienvenida al líder cubano. Lo firma el comandante René Arreza. Es el primer saludo del noble pueblo venezolano.
Desde el Superconstellation se advierte el imponente panorama de la multitud. No se escucha por el ruido, se distingue con el espíritu el cálido rumor de millares de caraqueños.
El avión dibuja círculos sobre la ciudad. Abajo, una cadena de autos se dirige hacia la terminal aérea. Se ven telas y banderas. Caracas está de fiesta. El aterrizaje se demora mientras se establece contacto con las radioemisoras que van a transmitir el saludo y la gratitud de Cuba en la voz de su líder.
—Esto más que un mensaje —son las palabras del Comandante en Jefe— es la expresión del extraordinario momento que estoy experimentando. He quedado deslumbrado con el panorama que me ofrece la ciudad de Caracas. Cuando volamos por sobre los cerros caraqueños me daba la impresión que estaba en la Sierra Maestra. Reciba el pueblo de Caracas y de Venezuela mi más profundo agradecimiento por esta oportunidad que me brinda de asistir al aniversario de su liberación. Estoy emocionado con este cielo tan azul, que se ve más bonito porque lo embellece la libertad.
Un locutor venezolano, responde al emocionado mensaje, leyendo una nota publicada en el diario La Razón.
—Hoy vive el pueblo venezolano su emoción más profunda y martiana. Un hijo de Cuba, de la misma pasta del Apóstol y de la contextura batalladora de Maceo, viene a compartir con nosotros el aniversario del 23 de enero. Y viene después de haber realizado la hazaña libertadora y libertaria más asombrosa de nuestro tiempo americano.
Cuando el avión enfila la pista de aterrizaje, la multitud desborda los cordones de protección. Nada la contiene. Por unos segundos parece que va a producirse una catástrofe, porque han inundado la vía, en el camino del poderoso aparato aún con las hélices en marcha.
El piloto tuerce bruscamente a la izquierda, proa al mar lejano, eludiendo a la gente que casi quiere detener la nave con sus manos. Hay unas cuantas sacudidas y el potente cuatrimotor se detiene. Enseguida, queda envuelto en una marejada humana. Los infantes de marina responsables de la seguridad del aeropuerto tratan de contener a la multitud.
Se abren las puertas de la nave y aparece el líder rebelde que agitando su mano derecha saluda al pueblo a la vez que este le responde:
—¡Viva Cuba! ¡Viva Venezuela! ¡Viva Fidel!
No le llaman por el apellido. En Venezuela como en Cuba, es simple y llanamente Fidel con el derecho que a la familiaridad da el cariño.
En el aeropuerto de Maiquetía no cabe un alma más. Desde horas de la madrugada miles de venezolanos se han dado cita portando banderas latinoamericanas y carteles que apoyan la justicia revolucionaria en Cuba
Entre los que asisten a darle la bienvenida al héroe de la Sierra Maestra está el contralmirante Larrazábal. Para él es un gran día. Hace exactamente un año que sus navíos de guerra entraron en acción coordinada con la huelga general que precipitó el derrocamiento de Pérez Jiménez.
Forman parte de la marea humana Fabricio Ojeda, presidente de la Junta Patriótica que contribuyó a forjar la victoria del 23 de enero, Luis Beltrán Prieto, a nombre de Acción Democrática (AD), Jóvito Villalba, máximo dirigente de la Unión Republicana Democrática (URD) y otras personalidades.
Es la 1:25 minutos de la tarde, hora de Caracas, Venezuela.
RUMBO A CARACAS
Ya en tierra, Fidel y sus acompañantes se dirigen hacia los autos que les esperan para trasladarse a Caracas. Son unos pocos metros los que debe recorrer. Le detienen. Abrazan. El reflejo multitudinario le zarandea de un lado a otro. Alguien, seguramente un admirador, le sustrae la pistola del cinto. En años venideros podrá mostrar el arma a sus nietos como una reliquia histórica.
No es fácil organizar la caravana. La autopista que enlaza Maiquetía-Caracas, desde horas de la madrugada, está congestionada de mujeres, hombres y vehículos. A su paso el Jefe rebelde es vitoreado por miles de venezolanos que se han dado cita portando banderas latinoamericanas y carteles que apoyan la justicia revolucionaria en Cuba. Parece como si Fidel nunca fuera a llegar a su destino.
La primera parada es en el restaurante El Pinar donde la Junta de Gobierno le ofrece un almuerzo. La distancia que lo separa del aeropuerto es solo 17 kilómetros y demora tres horas en recorrerlos.
La estancia en el elegante restaurante El Pinar se prolonga hasta cercanas las seis de la tarde. Al lado de Fidel se sientan el canciller René de Sola y el ministro del Interior, Augusto Márquez Cañizares.
Se prescinde de todo ceremonial y protocolo. Se habla, se ríe y se narran anécdotas de la Sierra y se recuerdan dramáticos episodios del 23 de enero de 1957, que marcó el desplome de la tiranía de Pérez Jiménez, el nefasto general "Tarugo".
También asisten Gustavo Machado, secretario general del Partido Comunista, Miguel Otero Silva, director del periódico El Nacional, Gonzalo Barrios de Acción Democrática, Fabricio Ojeda, Larrazábal y otros políticos.
El canciller De Sola pronuncia unas breves palabras de bienvenida. Le responde el héroe del Moncada.
—Quiero que el concepto Patria tenga mayor alcance, que al decir patria nos estemos refiriendo a la Gran América que componen nuestras pequeñas patrias.
Mira el reloj de pulsera:
—Ahora debemos irnos. El pueblo nos espera desde hace muchas horas. Allá continuaremos hablando.
Mientras tanto, Caracas aguarda a Fidel en la Plaza del Silencio. Es el mismo delirio del aeropuerto de Maiquetía. Hasta donde permite la vista se extiende un mar de cabezas. Las gentes se apretujan en los balcones y azoteas engalanados de banderas. La concurrencia, certifica la prensa caraqueña, excede a las 300 000 personas.
El público trata de subir a la tribuna que amenaza con venir al suelo. Por los micrófonos se dirigen ruegos y apelaciones a la calma. Al poco tiempo renace la calma y el desorden se transforma en aplausos y vítores cuando se advierte la presencia de Fidel.
Es Fabricio Ojeda, a nombre de la Junta Patriótica que forjó la victoria del 23 de enero, quien abre el acto. Es breve. Y finaliza su intervención con una frase que traduce los anhelos del continente.
—La hora de América, la hora de la justicia ha llegado. El espíritu de la revolución popular esta cabalgando sobre los suelos de América.
Y Larrazábal:
—Hoy estoy hablando como un venezolano más que se siente feliz y dichoso porque aquí se encuentra el líder máximo de la revolución cubana que vino a compartir con nosotros estas horas de felicidad. Durante todo el día de hoy he estado acompañando a esta máxima figura americana, al "relámpago" de la Sierra Maestra. Venezuela es hoy una tierra que pueden visitar estos hombres insignes de América.
También intervienen Machado, Villalba, los dirigentes sindicales José González Navarro y Jesús Carmona al igual que los combatientes de la Sierra Maestra: Jorge Enrique Mendoza, Orestes Valera y Luis Orlando Rodríguez.
Cuando anuncian a Fidel la ovación es interminable. Da la impresión como que no encontrará silencio para poder hablar y comienza:
—¡Hermanos de Venezuela!
Se produce un profundo mutismo y durante dos horas hace un recuento de la lucha liberadora en la Isla y el derecho de Cuba a aplicar la justicia revolucionaria. Ha logrado el silencio. Crece a medida que habla y sus palabras cobran un excepcional acento americano. Brotan los nombres de Bolívar y de Martí.
Y al final:
—Llevo en mi corazón el impacto de las multitudes.
Los diarios matutinos resaltan en su primera plana la presencia de Fidel y el apoyo popular a la causa cubana. En un cintillo el tabloide Pregón en grandes letras destaca: Fidel tomó a Caracas.
Es cierto, la noble ciudad cuna de Bolívar se rinde al hijo de Cuba. Fidel es un símbolo del vigoroso anhelo de redención económica y política que agita el subsuelo americano. Para revitalizar, siquiera en el campo de las ideas y el espíritu el sueño colosal del Libertador, ningún escenario mejor que la propia patria del héroe de Junín.
La toma de Caracas tiene un reverso. Es Caracas quien se ha apoderado de Fidel. A su paso, las madres alzan los hijos pequeños para que tengan un atisbo del héroe. Los dedos que nunca se fatigaron sobre el gatillo sostienen el bolígrafo, firmando autógrafos.
Sobre una blanca hoja de libreta traza un saludo que le solicita un reportero de El Nacional. El periodista examina el documento y hace una observación.
—Comandante. Usted escribe Pueblo con mayúscula.
Y Fidel
—¡A ver! ¡Hasta en la ortografía se expresa la democracia!
En la mañana del sábado 24 el Concejo Municipal de Caracas en sesión solemne lo declara Huésped de Honor.
Fidel agradece la distinción. En el salón un óleo llama su atención. Recoge el momento en que los próceres venezolanos firman el acta de independencia.
—Imaginen aquel 5 de julio de 1811, subraya, aquellos héroes se sintieron felices ese día, porque creyeron haber conquistado la libertad definitiva del pueblo. Y, sin embargo, cuánto ha tenido que luchar Venezuela después de esa fecha. ¡Es que la historia de América se ha escrito con dolor, con sudor, con lágrimas, con sangre!
En la estancia espera la comisión congresional compuesta por Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios, Miguel Ángel Landáez y César Rondón Lovera, que lo acompañara hasta el Parlamento.
En horas del mediodía, exactamente a las doce, comienza la reunión conjunta del Congreso para rendirle homenaje al ilustre visitante. Entre los diputados aplaude con euforia el poeta Gonzalo García Bustillos que cuarenta años más tarde será el embajador de Venezuela en Cuba.
Rafael Caldera, presidente de la Cámara declara abierta la sesión y le concede la palabra a Domingo Alberto Rangel, de Acción Democrática, quien habla en nombre de los congresistas.
—Estamos recibiendo a un hijo de Venezuela, afirma, porque Fidel Castro tiene carta de naturaleza en nuestro país. Venezuela madre de libertadores, debe premiar como hijo suyo a quien ha sabido liberar de la opresión y el terror a un país hermano.
Resalta el orador:
—La figura que ahora nos visita y quiero decirlo sin incurrir en el pecado de sacrilegio, tiene rasgos que lo semejan de manera notoria, con aquel joven Simón Bolívar.
Y precisa.
—Castro es hoy un héroe, quizás el único héroe que ha producido América Latina desde que terminó la gesta de los Libertadores.
Le toca responderle a Fidel. Se pone de pie. El público que ha colmado las tribunas le pide que descienda del presidium. Solicita permiso para complacerlos y se dirige al puesto dejado vacante por Rangel. Es su cuarto discurso en las últimas veinticuatro horas.
Desde lo alto de "la barra" alguien exclama: "Aquí no ha habido una verdadera revolución".
Fidel levanta la vista como buscando al que ha gritado. No se inmuta. Lentamente comienza su intervención:
—Pero puede haberla. No toda revolución tiene que ser violenta. Aquí en Venezuela, ahora que el gobierno constitucional comienza sus funciones y las leyes se discuten en este Congreso. No se debe dejar morir el espíritu de la revolución, el espíritu del pueblo.
En su discurso analiza pausada y serenamente, el drama de América. Antes de terminar lee un documento escrito por él cinco días después del golpe del 10 de marzo de 1952. Su contenido a casi siete años de distancia es asombroso. Advertía con percepción extraordinaria, todo lo que ocurriría durante el mandato del dictador Fulgencio Batista: malversaciones, crímenes, muertes y la reacción del pueblo. Es un manuscrito visionario.
Otra vez la batalla contra el tiempo. Lo esperan en la Ciudad Universitaria. En el Aula Magna el rector Francisco De Venanzi en unión del Consejo Universitario y todos los catedráticos en pleno junto al estudiantado le da la bienvenida.
La algarabía es tremenda. Los estudiantes aplauden, gritan, golpean rítmicamente el piso, agitan pañuelos blancos. Fidel es uno de los suyos. Es un hermoso desorden.

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