martes, 23 de octubre de 2007
¡Oh, pobre país!
gentileza de: www.pacocol.org
Por Reinaldo Spitaletta
Medellín, octubre 23 (Argenpress). ¡Qué país de miserias el nuestro! Aquí, en Colombia, los pobres, que según parcas cifras del PNUD son 17 millones (44 por ciento de la población), cada vez son sometidos a humillaciones diversas. Por ejemplo, filas de dos días, a la intemperie, para reclamar un subsidio. Paseos de la muerte porque no tienen con qué pagar asistencia hospitalaria. Desconexión de servicios públicos, porque son caros y no hay modo de cancelarlos.
Y eso que no incluimos los tres millones de desplazados que por supuesto pasan a engrosar la legión de desamparados. Se quedan sin territorio, sin raíces, convertidos en parias en su propio país. Y muchos de ellos, hasta sin lengua. Tienen que volver a aprender a nombrar el mundo.
Ni tampoco vamos a referirnos a los seis millones de indigentes. Ah, ni a los chiquillos que mueren de hambre y que hacen que cualquier discusión sobre otros temas sea un asunto inmoral. O tal vez como lo afirmaba Sartre, la literatura (o La Náusea) no sirve de nada ante un niño que perece de inanición. Claro que este año, cuando se supo de chicos que murieron de hambre en el Chocó, el ministro de Protección Social (?) expresó sin ponerse colorado que no eran tantos los pelados muertos.
Ni siquiera querría uno hacer memoria, digamos, de aquella señora que hace tal vez un año se robó en un supermercado dos potes de leche porque no tenía cómo alimentar a su bebé, mientras se anunciaba que cualquier 'yuppie' criollo podía usar vestidos de dos millones de pesos y mancornas de seis millones. Bueno, estas situaciones son propias de países inequitativos como el nuestro (¿si será nuestro?).
Algunos, los de una minoría de privilegiados, se sentirán orgullosos de que dos o tres magnates colombianos figuren entre los más ricos del mundo. Qué maravilla. Aquí, en un día, un banco –bien dicen que es mejor asaltarlo que fundarlo- se gana un millón de dólares, al tiempo que tanta gente tiene que sobrevivir con menos de un dólar al día.
Es posible, en medio de las carencias de las mayorías y los desajustes sociales, perder hasta el asombro. Por ejemplo, en otros días los emergentes del paramilitarismo se apropiaron, a sangre y fuego y motosierra, de más de cuatro millones de hectáreas de las tierras más fértiles, y todavía, después de la aprobación de la blanda ley de Justicia y Paz, no han devuelto nada a sus víctimas.
Parece ya no haber lugar para la sorpresa. El modelo neoliberal, montado desde hace tiempos y perfeccionado por el presidente Uribe, ha empobrecido más a los pobres y les ha violado sus derechos y su dignidad. En verdad, el mandatario de los diminutivos y las rabietas, ha tenido un corazón grande para enriquecer a los potentados y un brazo fuerte para apalear a los desvalidos. Según el mismo PNUD, Colombia, después de Haití y Brasil, es el país con mayores desigualdades del continente.
Unas desigualdades que se han acentuado en el ejercicio del actual gobierno. Por ejemplo, su cacareada reforma laboral de 2002, una colección de atropellos y recortes de derechos a los trabajadores, no sirvió para resolver la alta tasa de desempleo. Pero sí para acrecentar los réditos de los empresarios.
Una muestra de cómo han crecido las desventuras de los humillados y ofendidos del país es la reciente tragedia minera del Cauca, en la que murieron 24 personas. Según el ministro del Interior la explotación de esa mina aurífera estaba prohibida. Sin embargo, el Estado nada hizo para mitigar la miseria de los habitantes de la zona, obligados al rebusque artesanal para no morirse de hambre.
Un comunicado de la Unión Sindical Obrera (USO) señaló que mientras el gobierno no defiende a las miles de familias dedicadas a la insegura minería artesanal, 'entrega los mejores yacimientos de oro a multinacionales como Kedada, que ya ocupa miles de hectáreas en Caldas, Risaralda, nordeste antioqueño y sur de Bolívar'.
Y digamos que a la sumatoria de desgracias que padecen enormes sectores de la población, se anexa, por ejemplo, la actitud reverencial frente al poder que asumen ciertos medios de comunicación. Parecen –o son- apéndices del Palacio Presidencial. Ah, ya ni siquiera apéndices sino el intestino completo.
No deja de ser vergonzosa la actitud de cierto 'periodismo' colombiano postrado ante el poder. ¿Quién dijo que ser críticos o asumir posiciones independientes es ir contra la institucionalidad? Recientemente, un periódico de Medellín entrevistó al presidente Uribe y los entrevistadores más parecían calanchines que reporteros, por su servilismo.
Los últimos escándalos en Colombia (un país de permanentes escándalos) deberían servir para que el periodismo serio investigue a fondo y no se quede en el superficial espectáculo de farándula o, lo que es peor, en ponerse a priori del lado del poder. Así que nuestras miserias aumentan cuando los medios de información pierden su razón de ser: estar del lado de la comunidad. Y del oprimido.
Así, no solamente somos un país rico repleto de pobres, sino un país en el cual la miseria física se traslada a lo espiritual. Y entonces nos convertimos en un rebaño desconcertado, incapaz de protestar ante las injusticias y los desmanes. ¿Acaso también nos robaron el asombro y la dignidad?
Por Reinaldo Spitaletta
Medellín, octubre 23 (Argenpress). ¡Qué país de miserias el nuestro! Aquí, en Colombia, los pobres, que según parcas cifras del PNUD son 17 millones (44 por ciento de la población), cada vez son sometidos a humillaciones diversas. Por ejemplo, filas de dos días, a la intemperie, para reclamar un subsidio. Paseos de la muerte porque no tienen con qué pagar asistencia hospitalaria. Desconexión de servicios públicos, porque son caros y no hay modo de cancelarlos.
Y eso que no incluimos los tres millones de desplazados que por supuesto pasan a engrosar la legión de desamparados. Se quedan sin territorio, sin raíces, convertidos en parias en su propio país. Y muchos de ellos, hasta sin lengua. Tienen que volver a aprender a nombrar el mundo.
Ni tampoco vamos a referirnos a los seis millones de indigentes. Ah, ni a los chiquillos que mueren de hambre y que hacen que cualquier discusión sobre otros temas sea un asunto inmoral. O tal vez como lo afirmaba Sartre, la literatura (o La Náusea) no sirve de nada ante un niño que perece de inanición. Claro que este año, cuando se supo de chicos que murieron de hambre en el Chocó, el ministro de Protección Social (?) expresó sin ponerse colorado que no eran tantos los pelados muertos.
Ni siquiera querría uno hacer memoria, digamos, de aquella señora que hace tal vez un año se robó en un supermercado dos potes de leche porque no tenía cómo alimentar a su bebé, mientras se anunciaba que cualquier 'yuppie' criollo podía usar vestidos de dos millones de pesos y mancornas de seis millones. Bueno, estas situaciones son propias de países inequitativos como el nuestro (¿si será nuestro?).
Algunos, los de una minoría de privilegiados, se sentirán orgullosos de que dos o tres magnates colombianos figuren entre los más ricos del mundo. Qué maravilla. Aquí, en un día, un banco –bien dicen que es mejor asaltarlo que fundarlo- se gana un millón de dólares, al tiempo que tanta gente tiene que sobrevivir con menos de un dólar al día.
Es posible, en medio de las carencias de las mayorías y los desajustes sociales, perder hasta el asombro. Por ejemplo, en otros días los emergentes del paramilitarismo se apropiaron, a sangre y fuego y motosierra, de más de cuatro millones de hectáreas de las tierras más fértiles, y todavía, después de la aprobación de la blanda ley de Justicia y Paz, no han devuelto nada a sus víctimas.
Parece ya no haber lugar para la sorpresa. El modelo neoliberal, montado desde hace tiempos y perfeccionado por el presidente Uribe, ha empobrecido más a los pobres y les ha violado sus derechos y su dignidad. En verdad, el mandatario de los diminutivos y las rabietas, ha tenido un corazón grande para enriquecer a los potentados y un brazo fuerte para apalear a los desvalidos. Según el mismo PNUD, Colombia, después de Haití y Brasil, es el país con mayores desigualdades del continente.
Unas desigualdades que se han acentuado en el ejercicio del actual gobierno. Por ejemplo, su cacareada reforma laboral de 2002, una colección de atropellos y recortes de derechos a los trabajadores, no sirvió para resolver la alta tasa de desempleo. Pero sí para acrecentar los réditos de los empresarios.
Una muestra de cómo han crecido las desventuras de los humillados y ofendidos del país es la reciente tragedia minera del Cauca, en la que murieron 24 personas. Según el ministro del Interior la explotación de esa mina aurífera estaba prohibida. Sin embargo, el Estado nada hizo para mitigar la miseria de los habitantes de la zona, obligados al rebusque artesanal para no morirse de hambre.
Un comunicado de la Unión Sindical Obrera (USO) señaló que mientras el gobierno no defiende a las miles de familias dedicadas a la insegura minería artesanal, 'entrega los mejores yacimientos de oro a multinacionales como Kedada, que ya ocupa miles de hectáreas en Caldas, Risaralda, nordeste antioqueño y sur de Bolívar'.
Y digamos que a la sumatoria de desgracias que padecen enormes sectores de la población, se anexa, por ejemplo, la actitud reverencial frente al poder que asumen ciertos medios de comunicación. Parecen –o son- apéndices del Palacio Presidencial. Ah, ya ni siquiera apéndices sino el intestino completo.
No deja de ser vergonzosa la actitud de cierto 'periodismo' colombiano postrado ante el poder. ¿Quién dijo que ser críticos o asumir posiciones independientes es ir contra la institucionalidad? Recientemente, un periódico de Medellín entrevistó al presidente Uribe y los entrevistadores más parecían calanchines que reporteros, por su servilismo.
Los últimos escándalos en Colombia (un país de permanentes escándalos) deberían servir para que el periodismo serio investigue a fondo y no se quede en el superficial espectáculo de farándula o, lo que es peor, en ponerse a priori del lado del poder. Así que nuestras miserias aumentan cuando los medios de información pierden su razón de ser: estar del lado de la comunidad. Y del oprimido.
Así, no solamente somos un país rico repleto de pobres, sino un país en el cual la miseria física se traslada a lo espiritual. Y entonces nos convertimos en un rebaño desconcertado, incapaz de protestar ante las injusticias y los desmanes. ¿Acaso también nos robaron el asombro y la dignidad?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario